
-EN TORNO- Fundación Almanatura. Arrollomolinos de León. Huelva. 2024.
-EN TORNO- por Rafa López
“Me gusta una pintura que me hace querer pasear por ella”. La conocida frase de Auguste Renoir define la obra del artista Rafa López: su pintura es una experiencia inmersiva, un espacio donde el espectador no es mero figurante sino sujeto activo. Es imposible sustraerse a ella. Una fantasía barroca del siglo XXI de un voyeur del entorno que le rodea, de ese entorno en el que se mezcla lo visible a los ojos y lo invisible, lo vivido y lo sentido, lo consciente y lo inconsciente. Pintura para pasear por el mundo y por sus mundos, por elementos reconocibles y por alusiones que evocan, que emocionan, que perturban, que emocionan, que interpelan. Fuera de tópicos habituales, el suyo es un universo infinito por el que desfila la apariencia de lo que está ante nuestros ojos y la inconsciencia inabarcable de la memoria de un adulto siempre joven. Pintor rotundo y sólido, sus cuadros tienen la emoción de un niño que se enfrenta a su primer garabato, de un grafitero que decora su primer muro o de un adolescente que logra completar su primer videojuego. Sólo quien lo probó lo sabe.
Pintura para bucear en un “horror vacui” de anarquía ordenada, donde, aplicando la descripción del bachiller Peraza, “todo es necesidad y no lo parece”. Ante un cuadro de Rafa López cabe todo menos la indiferencia o la distancia. Nos hace parte de su obra, como los viejos barrocos. Somos los ojos que miran, como Velázquez “okupó” el espacio real de las Meninas, Rafa se hace arte y parte, haciendo que el espectador se sumerja en un espacio del que también se convierte en protagonista. Mira a Sevilla o a Dos Hermanas, o a la hermandad de los Javieres o a la Semana Santa, o al mundo de los videojuegos. Y nos hace participar de cada espacio: con guiños, con alusiones, con recreaciones, con interpretaciones. Pasear por su pintura es sumergirse en su particular ecosistema, el real y el emocional, el presente y el de la memoria. Puedes ver en sus trazos los signos icónicos, de la Giralda a la hacienda Ibarburu, de un templo gótico mudéjar, a la estatua de un Trajano rejuvenecido, de un rey San Fernando a la mascota de una exposición universal. Trazos siempre en la compañía de mitologías procedentes del videojuego, del cómic, de la publicidad o de las series de televisión de la infancia de aquellos que tienen memoria.
Decía Nicolás Poussin que “Los colores en la pintura están para persuadir a los ojos” y Rafa López consigue engañar hasta el último rincón de nuestras esferas oculares creando una fantasía de acrílicos, de spray, de trazos libres, de caligrafías que son arte por sí y por su mensaje, de trazos que pierden la seriedad, pero nunca la compostura. Hasta el garabato se escribe con mayúsculas en sus desfiles de personajes de Disney, de Espinetes y de ET, de frigopiés que se derriten y de gomas Milán con halo de eternidad, de gitanas que van a romerías y de reyes que se postran ante vírgenes, de pizzas que reverencias a cristos barrocos o de libros de reglas de cofradías que conviven con calaveras que son tan antiguas como Adán a los pies de un Crucificado. Luces de neón para anunciar lo trascendente y lo intrascendente, aunque no haya nada casual en obras donde cualquier objeto puede alcanzar la categoría de icono: desde un Calippo a una hamburguesa, desde una Playstation a una antigua cabina telefónica, desde una cinta VHS a una porción de pizza. Como buen artista pop, aunque también sea barroco, renacentista, epigrafista musulmán, artista conceptual, grafitero, dibujante gráfico y hasta coqueteador con la abstracción, Rafa López da cinco minutos de fama a cada imagen representada en sus cuadros.
Si Jackson Pollock sentenció que “todo buen pintor pinta lo que es él”, Rafa debe ser un todo fascinante. Rotundo. Pleno. Imaginativo. Fantasioso. Libre. Creador. Alegre. Tan grande y tan niño.
Afortunadamente.
Sus entornos siempre serán unos privilegiados.
MANUEL JESÚS ROLDÁN. Crítico e Historiador del Arte.